Cuando miré alrededor, me inundaban brillantes miradas, al descubrir un nuevo ritmo, que no es africano, pero si utrerano.
Me deslizaba por la ladera del interés, sin querer estaba enseñando a los niños y niñas otra manera de hacer música, redoblando los dedos, en las que las uñas chocaban al compás de bulería.
“Sumergido en un charco, lleno de diversión en el que no daba explicaciones, ellos copiaban ese ritmo y ahora ellos lo remedan y me piden todos los días que les enseñe este tipo de materia, que es mejor dejar por un momento las matemáticas e integrarnos con la interculturalidad.
Estoy metido en un sueño del que no quiero despertar, cuando estoy con ellos y tan concentrados están, se apodera de mí una gran sensación que no sé cómo explicar.
Esta anécdota, la he querido contar, porque me ha demostrado, las gotas que tiene la dosis de la FELICIDAD.”
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